24 octubre, 2005

La última bocanada

“Ahí va parte de mi infancia” pensé al verle, ya inmóvil para siempre, en su lecho mortal. ¿Cómo podía estar muerto? Le toqué. La primera vez que tocaba a un muerto. Su frente aún estaba caliente, y su piel seguía siendo suave. Esta ha sido la vez que de más cerca he observado a la muerte, cómo actúa y nos engaña, y, al final, siempre hace lo que quiere. Llevaba merodeando alrededor de él más de un año. Y el viernes, le sacó a bailar la macabra danza. Sabía que el momento llegaría, pero, en el fondo, siempre crees que no. Y la sorpresa es inevitable.

Moribundo, en su cama, veía cómo libraba una batalla contra la muerte, contra el reloj, contra su cuerpo putrefacto, en cada inhalación; su boca se abría, buscando el elixir de la vida; su cabeza se desplazaba lo más atrás posible, para facilitar la entrada hacia su pecho, que se hinchaba para recibir el bendito gas. “¿Cuántas respiraciones le quedarán? ¿diez? ¿cien? ¿quizás mil?” Pocas y contadas.

Esta mañana he visto al lado de mi cama la pequeña, pequeñísima, garrota que me regaló cuando era una mocosa y me venía perfecta a mi estatura. “Qué enana era”. La garrota es de madera, y está barnizada. Tiene escrito mi nombre en letras negras y mayúsculas. Recuerdo que él la hizo para mí.

Y le recuerdo, sí, hace un año y pico, cuando mejoró y teníamos la convicción de que había dado esquinazo a la guadaña por un largo tiempo.
Y le recuerdo, hace tan sólo unos días, ya en la cama donde acabaron sus días, pidiendo que encendieran la tele para ver un partido de España.
Y no me lo explico, cómo puede ser así, cómo hay una bocanada de aire que es la última, cómo todo se para, y se acaba, y ya no se puede remediar.

05 septiembre, 2005

Qué leer este otoño

Ahí va un artículo de El País en el que podéis encontrar las novedades literarias más interesantes para leer este otoño.

Antes de que acabara agosto ya se presentó la esperada segunda novela de Albert Sánchez Piñol, Pandora al Congo (La Campana), que Suma publicará en castellano en noviembre. Hoy lunes tenemos nuevo Vila-Matas, Doctor Pasavento (Anagrama), una de esas novelas superliterarias que tan bien le salen al escritor. El martes saldrá la nueva historia de Gálvez, Gudari Gálvez (Espasa), en la que Jorge M. Reverte regresa a Euskadi. Y el miércoles estará en la calle la nueva novela de Rosa Montero, Historia del Rey Transparente (Alfaguara). Es mucho más que una novela de aventuras y Montero nos retrotrae a nuestra realidad más próxima. Luego, Almudena Grandes, con Estaciones de paso (Tusquets), cinco relatos protagonizados por adolescentes. En noviembre, Oeste (Alfaguara / Edicions 62) de Manuel Rivas, un recorrido desde la posguerra a nuestros días.
Como pueden ver, la temporada empieza a velocidad de vértigo y la oferta es tan rica, variada y atractiva que habrá que sacar tiempo de donde sea para leer todo lo que viene.
De la hermosa lengua portuguesa nos llegan dos libros contundentes. Las intermitencias de la muerte (Alfaguara), de José Saramago, sobre el eterno enigma de la muerte, y Voces del desierto (Alfaguara), de Nélida Piñon, que recrea con pasión la historia y los sentimientos de Scherezade. El estadounidense Philip Roth nos sorprende con La conjura contra América (Mondadori).
Ian McEwan novela en Sábado (Anagrama) sobre la fragilidad de los valores en el Reino Unido posterior al 11 de septiembre. En Mi oído en su corazón (Anagrama), Hanif Kureishi rastrea sus orígenes y los de su familia y su vida en Inglaterra. Tan fuerte, tan cerca (Lumen), de Jonathan Safran Foer, es una recreación literaria del 11-S.
En este festival de la literatura, un nombre señalado: el Nobel J. M. Coetzee, con Hombre lento (Mondadori), una reflexión sobre la vejez. Vale también la pena destacar los nuevos libros de Orhan Pamuk (Nieve, Alfaguara), Paulo Coelho (El Zahir, Planeta), Elfriede Jelinek (Obsesión, El Aleph), Martin Amis (Perro callejero, Anagrama), Michael Crichton (Estado de miedo, Plaza & Janés), Salman Rushdie (Shalimar, el payaso, Mondadori), Kazuo Ishiguro (Nunca me abandones, Anagrama), David Foster Wallace (Olvido, Mondadori), Amos Oz (Mi querido Mijael, Siruela)...
La posibilidad de una isla (Alfaguara), de Michel Houellebecq, llega precedido por su polémica en Francia. El provocador autor enlaza temas como la clonación, la filosofía y reflexiones científicas en una trama muy agresiva. No hay que perderse tampoco la nueva novela de Joyce Carol Oates, Niágara (Lumen). YMichael Cunningham regresa con Días memorables (El Aleph), en la que recrea la figura de Walt Whitman.
Hay nuevas novelas de Mercedes Salisachs (Reflejo de luna, Planeta), Luis Mateo Díez (El fulgor de la pobreza, Alfaguara), Jesús Ferrero (Ángeles del abismo, Siruela), Santiago Gamboa (El síndrome de Ulises, Seix Barral), Ángela Vallvey (La ciudad del diablo, Destino), Ramiro Pinilla (Las cenizas del hierro, Tusquets, último título de la trilogía Verdes valles, colinas rojas). Tendremos Sergio Pitol por partida doble: Los mejores cuentos (Anagrama) y El mago de Viena (Pre-Textos), de carácter autobiográfico. Suite francesa (Salamandra), novela póstuma de Irène Némirovsky, es otra de las apuestas de la temporada.
Los últimos meses de 2005 están marcados también por las recuperaciones: Trampa 22 (RBA), de Joseph Keller; La saga de los Marx (El Aleph), de Juan Goytisolo; Días extraños (El Aleph), de Ray Loriga; Juegos de la edad tardía (Tusquets), de Luis Landero; Diario de un cazador (50 años, Destino), de Miguel Delibes, o la primera novela de António Lobo Antunes, Memorias de elefante (Mondadori).

31 agosto, 2005

La mañana del principio


Conseguir que tu sonrisa aflorara ese día no costó mucho. Los nervios dominaban tus ojos, inquietos, que no reparaban en ninguno de los detalles que el momento te ofrecía. Pero tu sonrisa, tu sonrisa delataba lo feliz que te encontrabas, el orgullo que sentías por el paso que ibas a dar ese día. Yo siempre fui más discreta, mi preocupación porque todo esto supusiera un duro golpe a la esperanza que tanto tiempo has anhelado, porque un fracaso te hundiera en la pena sin gloria, mi miedo por dudar si había hecho lo correcto cediendo a tus súplicas, eran invisibles para ti. Aunque viéndote tan entusiasmada, ¿cómo no iba a ser lo acertado lo que estábamos haciendo, mi niña? Si tú lo querías más que yo, y yo, si es tuyo, es mío.

La mañana era taciturna, los rayos de sol querían explotar entre las nubes del cielo de Madrid, pero no podían; de igual forma yo anhelaba gritar, y besarte, y decirte que te quería más que a nada. Pero el momento no lo pedía; sólo habría conseguido dotar de mayor dramatismo a la situación y, con ello, aumentar tu excitación para hacerte llorar. Mi mano apretaba con fuerza la tuya, mientras nos acercábamos a la parada de la clínica en el N18. Temblabas, recuerdo que temblabas y sudabas, algo que nunca te había sucedido. Había pasado toda la noche en blanco, mirándote a ratos a la luz de la luna, y otros, pensando y dando vueltas a cómo cambiaría nuestra vida, saliese bien o saliese mal, cuan diferentes iban a ser, a partir de la que asomaba por el este, todas las mañanas. Cómo iba a cambiar el apartamento, que con tanto mimo lo habíamos hecho tuyo y mío, NUESTRO. Ese apartamento que nos vio pasar de amigas a amantes, y después, a pareja, y que había supuesto el marco de nuestra presentación ante familiares, amigos, y novios. ¡Qué día ese! No puedo evitar sonreír al recordarlo. Juntamos a todos: mis padres y mi hermano, los tuyos, Laura, mi amiga de toda la vida, Marcos, Carolina, Alfre… ¿Guillermo? Creo que Guillermo se perdió la sorpresa. Y también estaban allí Dani, tu pareja por entonces, y José, mi novio de toda la vida. Recuerdo a Jose y Dani peleando, a tu madre en el suelo mientras mi hermano la abanicaba, a tu padre gritando que no tenemos vergüenza y a Carolina y Laura descojonadas. Todo esto en trece metros cuadrados, que es lo que tiene nuestro salón. Eso parecía el camarote de los hermanos Marx.

Y ahora, cuatro años después, cuando habíamos consolidado nuestros sentimientos y disipado nuestras dudas, ahora que habíamos aceptado lo que somos y habíamos hecho que los demás lo aceptaran también, vamos más allá. Pero ¿y si no sale? ¿y si los embriones no agarran en tu vientre? Me muero de miedo, no quiero ver la decepción en tu rostro, no quiero, mi niña, que te rindas. Esperaremos entonces hasta que tengamos pasta para intentarlo de nuevo. Tú no te preocupes, yo cuidaré de ti. Lo deseabas con tanto ahínco. Ser madre ocupaba tu mente completamente de un año para acá. Y ahora, tras la boda, era el momento. Ya verás como todo sale bien.

Ya llegábamos. Bajábamos del autobús cuando una bandada de pájaros cruzó el cielo nublado, probablemente rumbo a África. Es el momento, cariño, el principio del resto de nuestra vida.

23 agosto, 2005

El metro de Madrid

Es curioso y diferente el viaje de cada día en metro, de casa al trabajo, y, después, de vuelta al hogar. Sin duda el metro es una fuente inagotable para los estudios antropológicos, gente que entra, que sale, sin mirarse ni siquiera a los ojos, gente aislada, diferente, de todas las razas y edades. Puedes intentar adivinar los gustos y preferencias de cada uno de ellos a través de su ropa, de la bolsa que lleva en la mano, o del periódico que agarra mediante el antebrazo contra la axila. Muchas veces, sin duda, adivinas qué tipo de persona es la que tienes delante. Otras las pistas se contradicen. En el metro puedes encontrarte de todo, desde la cincuentona con minifalda cuadreada de colegiala, dos coletas, y una gorra de “Rebook”; hasta todo lo contrario, la muchacha hermosísima pero afeada por su intento de parecer más mayor, con los labios color carmín y una camisa amarilla repleta de transparencias que dejan ver lo que no hay, calzada por unos tacones dorados con los que apenas puede caminar. Me suelen llamar la atención esas antiguas damas, muy mayores pero impecablemente peinadas y maquilladas, de edad indecible, que seguramente nacieron cuando el metro no era ni proyecto. No sé, me maravillan la solemnidad y elegancia con la que dan vueltas por el subsuelo de Madrid, sentadas casi siempre, o enganchadas a uno de los barrotes de hierro, con sus pestañas negrísimas y sus párpados de un azul cielo, sin que ni uno solo de sus blancos cabellos se mueva.
En cuanto a actitudes, pues mira, también pueden adivinar que hay de todo. Hay pijos, casi siempre, que miran por encima del hombro como diciéndote “¡qué pasaaa!, es que tengo mi Mercedes en el taller, o sea”. Curritos es lo que más hay, ya vayan en mono azul, o amarrados por una (casi siempre) horrible corbata. Nunca faltan los chulitos, que se pasean por el vagón perdonándote la vida. ¿Y qué me dicen de los niños? Siempre hay niños que, o bien van al colegio, o bien vuelven. Lo peor es cuando se juntan dos hermanos, no dejan de gritar, de correr, de dar algún que otro pisotón; la dama damísima se inquieta, el currito, muy cansado, no puede dormir y se desespera, el chulo… el chulo les perdona la existencia. Pero ¡porque son niños, que, si no, les mete dos “yoyas” que se les quita la tontería! Y el pijo mira su agenda, agobiado, para ver qué día es el que le devuelven el Mercedes (¡qué dura, o sea, qué dura es la vida del pobre!).
Pero no es la vista y el oído el único sentido que se ve desbordado en el apasionante doble viaje de cada día. Sin duda, todo el que ha viajado en metro sabe de qué otro sentido voy a hablar: el olfato. La verdad es que la cosa ha mejorado mucho, la gran mayoría de los vagones cuentan ya con aire acondicionado, y eso, ayuda, vaya que si ayuda. Aún así, los olores siguen ahí. La humanidad emana de nuestros cuerpos que regresan agotados, sudorosos, afligidos, convulsionados. Es normal, todos somos humanos (incluso el pijo y la dama ancianísima-aunque ella menos-). Pero hay veces que es insoportable. Y cuando peor se lleva es por la mañana, cuando los cuerpos han de estar limpios, frescos, descansados, cual lechuga verde en el frigorífico. Siempre hay alguien que se ha levantado tarde, se quedó dormido cuando llegó anoche a casa, y, nada… que de ducha ni hablar. Incluso los lunes, por la mañana, siempre está el más humano de todos los humanos.

En fin, curioso viaje el del metro.

13 agosto, 2005

Historia universal de la infamia


Acabo de terminar este clásico de Borges que sin duda recomiendo. Esa atracción que nos producen los canallas, las mentes perversas y carentes de compasión, puede verse reconfortada en este librito maravilloso que Borges presenta, usando el tópico del humilitas autorial, bajo la forma de relatos plagiados y ejemplares.

Y es que ¿quién no ha soñado alguna vez con ser alguno de estos oscuros bandidos? ¿Quién no se ha imaginado en el pellejo rastrero de un pistolero, un gangster o una temible corsaria? Personajes como Bill the Kid, Mary Read, la viuda Ching o Morrell tienen cabida es esta estupenda lectura, que discurre por distintos escenarios: desde los intrépidos mares, hasta el Missisipi de Mark Twain, pasando por París, Londres y hasta el lejano Oriente.

Ahí dejo un enlace en el que podréis leer uno de los capítulos que más me han gustado, el que habla de las piratas, y, en particular, de la viuda Ching. La verdad es que no tenía ni idea de la existencia de estas intrépidas mujeres. Espero que disfrutéis con la lectura tanto como yo.

http://ar.geocities.com/elspamesmierda/Borges/borges-1935-La_viuda_Ching.htm

12 agosto, 2005

Las aventuras de Alicia


Siempre me ha fascinado Alicia, el mundo de Lewis Carroll y de las hermanas Liddell, la magia de su historia. Les imagino en un idílico paisaje, a orillas de un río, a la sombra de un ciprés, cuando Alice, aburrida, pide que cuente una historia. Y Lewis, dubitativo, comienza el cuento:

- Alicia empezaba ya a cansarse de estar sentada con su hermana a la orilla del río, sin tener nada que hacer: había echado un par de ojeadas al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía dibujos ni diálogos. «¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos?», se preguntaba Alicia...

Así surgio, a mediados del siglo XIX ese maravilloso cuento que sigue fascinando a millones de personas en el mundo de todas las edades. Personas como yo.

Quiero que este pequeño rincón de la inmensa red sea eso precisamente, el país de las maravillas, donde todo tiene cabida, donde mi imaginación pueda despegar tras conejos blancos para encontrar quién sabe qué. Aquí tiene cabida la Oruga, el Gato de Cheshire, la Reina, la Duquesa, la Falsa Tortuga, la Liebre de Marzo, el Sombrerero, el Lirón, el Grifo y tantos otros.


Aquí, espero, iré plasmando lo que la vida me sugiere, los detalles bonitos que me vaya encontrando, y, sobre todo, que vaya imaginando.

Un beso a mi Caballero Blanco, al que tanto quiero.