23 agosto, 2005

El metro de Madrid

Es curioso y diferente el viaje de cada día en metro, de casa al trabajo, y, después, de vuelta al hogar. Sin duda el metro es una fuente inagotable para los estudios antropológicos, gente que entra, que sale, sin mirarse ni siquiera a los ojos, gente aislada, diferente, de todas las razas y edades. Puedes intentar adivinar los gustos y preferencias de cada uno de ellos a través de su ropa, de la bolsa que lleva en la mano, o del periódico que agarra mediante el antebrazo contra la axila. Muchas veces, sin duda, adivinas qué tipo de persona es la que tienes delante. Otras las pistas se contradicen. En el metro puedes encontrarte de todo, desde la cincuentona con minifalda cuadreada de colegiala, dos coletas, y una gorra de “Rebook”; hasta todo lo contrario, la muchacha hermosísima pero afeada por su intento de parecer más mayor, con los labios color carmín y una camisa amarilla repleta de transparencias que dejan ver lo que no hay, calzada por unos tacones dorados con los que apenas puede caminar. Me suelen llamar la atención esas antiguas damas, muy mayores pero impecablemente peinadas y maquilladas, de edad indecible, que seguramente nacieron cuando el metro no era ni proyecto. No sé, me maravillan la solemnidad y elegancia con la que dan vueltas por el subsuelo de Madrid, sentadas casi siempre, o enganchadas a uno de los barrotes de hierro, con sus pestañas negrísimas y sus párpados de un azul cielo, sin que ni uno solo de sus blancos cabellos se mueva.
En cuanto a actitudes, pues mira, también pueden adivinar que hay de todo. Hay pijos, casi siempre, que miran por encima del hombro como diciéndote “¡qué pasaaa!, es que tengo mi Mercedes en el taller, o sea”. Curritos es lo que más hay, ya vayan en mono azul, o amarrados por una (casi siempre) horrible corbata. Nunca faltan los chulitos, que se pasean por el vagón perdonándote la vida. ¿Y qué me dicen de los niños? Siempre hay niños que, o bien van al colegio, o bien vuelven. Lo peor es cuando se juntan dos hermanos, no dejan de gritar, de correr, de dar algún que otro pisotón; la dama damísima se inquieta, el currito, muy cansado, no puede dormir y se desespera, el chulo… el chulo les perdona la existencia. Pero ¡porque son niños, que, si no, les mete dos “yoyas” que se les quita la tontería! Y el pijo mira su agenda, agobiado, para ver qué día es el que le devuelven el Mercedes (¡qué dura, o sea, qué dura es la vida del pobre!).
Pero no es la vista y el oído el único sentido que se ve desbordado en el apasionante doble viaje de cada día. Sin duda, todo el que ha viajado en metro sabe de qué otro sentido voy a hablar: el olfato. La verdad es que la cosa ha mejorado mucho, la gran mayoría de los vagones cuentan ya con aire acondicionado, y eso, ayuda, vaya que si ayuda. Aún así, los olores siguen ahí. La humanidad emana de nuestros cuerpos que regresan agotados, sudorosos, afligidos, convulsionados. Es normal, todos somos humanos (incluso el pijo y la dama ancianísima-aunque ella menos-). Pero hay veces que es insoportable. Y cuando peor se lleva es por la mañana, cuando los cuerpos han de estar limpios, frescos, descansados, cual lechuga verde en el frigorífico. Siempre hay alguien que se ha levantado tarde, se quedó dormido cuando llegó anoche a casa, y, nada… que de ducha ni hablar. Incluso los lunes, por la mañana, siempre está el más humano de todos los humanos.

En fin, curioso viaje el del metro.

1 comentario:

3nity dijo...

Seguro que el pijo del Mercedes en el taller es el novio de "la Yesi" jeje ;-).