31 agosto, 2005

La mañana del principio


Conseguir que tu sonrisa aflorara ese día no costó mucho. Los nervios dominaban tus ojos, inquietos, que no reparaban en ninguno de los detalles que el momento te ofrecía. Pero tu sonrisa, tu sonrisa delataba lo feliz que te encontrabas, el orgullo que sentías por el paso que ibas a dar ese día. Yo siempre fui más discreta, mi preocupación porque todo esto supusiera un duro golpe a la esperanza que tanto tiempo has anhelado, porque un fracaso te hundiera en la pena sin gloria, mi miedo por dudar si había hecho lo correcto cediendo a tus súplicas, eran invisibles para ti. Aunque viéndote tan entusiasmada, ¿cómo no iba a ser lo acertado lo que estábamos haciendo, mi niña? Si tú lo querías más que yo, y yo, si es tuyo, es mío.

La mañana era taciturna, los rayos de sol querían explotar entre las nubes del cielo de Madrid, pero no podían; de igual forma yo anhelaba gritar, y besarte, y decirte que te quería más que a nada. Pero el momento no lo pedía; sólo habría conseguido dotar de mayor dramatismo a la situación y, con ello, aumentar tu excitación para hacerte llorar. Mi mano apretaba con fuerza la tuya, mientras nos acercábamos a la parada de la clínica en el N18. Temblabas, recuerdo que temblabas y sudabas, algo que nunca te había sucedido. Había pasado toda la noche en blanco, mirándote a ratos a la luz de la luna, y otros, pensando y dando vueltas a cómo cambiaría nuestra vida, saliese bien o saliese mal, cuan diferentes iban a ser, a partir de la que asomaba por el este, todas las mañanas. Cómo iba a cambiar el apartamento, que con tanto mimo lo habíamos hecho tuyo y mío, NUESTRO. Ese apartamento que nos vio pasar de amigas a amantes, y después, a pareja, y que había supuesto el marco de nuestra presentación ante familiares, amigos, y novios. ¡Qué día ese! No puedo evitar sonreír al recordarlo. Juntamos a todos: mis padres y mi hermano, los tuyos, Laura, mi amiga de toda la vida, Marcos, Carolina, Alfre… ¿Guillermo? Creo que Guillermo se perdió la sorpresa. Y también estaban allí Dani, tu pareja por entonces, y José, mi novio de toda la vida. Recuerdo a Jose y Dani peleando, a tu madre en el suelo mientras mi hermano la abanicaba, a tu padre gritando que no tenemos vergüenza y a Carolina y Laura descojonadas. Todo esto en trece metros cuadrados, que es lo que tiene nuestro salón. Eso parecía el camarote de los hermanos Marx.

Y ahora, cuatro años después, cuando habíamos consolidado nuestros sentimientos y disipado nuestras dudas, ahora que habíamos aceptado lo que somos y habíamos hecho que los demás lo aceptaran también, vamos más allá. Pero ¿y si no sale? ¿y si los embriones no agarran en tu vientre? Me muero de miedo, no quiero ver la decepción en tu rostro, no quiero, mi niña, que te rindas. Esperaremos entonces hasta que tengamos pasta para intentarlo de nuevo. Tú no te preocupes, yo cuidaré de ti. Lo deseabas con tanto ahínco. Ser madre ocupaba tu mente completamente de un año para acá. Y ahora, tras la boda, era el momento. Ya verás como todo sale bien.

Ya llegábamos. Bajábamos del autobús cuando una bandada de pájaros cruzó el cielo nublado, probablemente rumbo a África. Es el momento, cariño, el principio del resto de nuestra vida.

4 comentarios:

3nity dijo...

Vaya historia!!!! Tiene la mezcla justa de miedo y alegría. De esperanza y dificultad.... que la hace verdaderamente hermosa.

Alicia Liddell dijo...

Gracias. Me alegro de que os haya gustado. Al fin y al cabo eso es la vida, una mezcla muy hermosa.

Francisco Arroyo dijo...

¡Joder!!! ¡Qué emocionante!! Está bien de verdad. ¿Para cuándo una poesía?

Alicia Liddell dijo...

No sabes lo contenta que me ha puesto que te guste mi relato, Pumuki, porque tu opinión es la más importante para mí (y la más crítica). Un beso muy fuerte. Lo próximo será una poesía.